El pararaje conocido como Estrecho de La Encarnación constituye uno de los más importantes yacimientos arqueologicos de la Región de Murcia. Bajo este nombre se agrupan asentamientos humanos de diferentes épocas que ocupan distintos enclaves y plataformas amesetadas que constituyen todo el complejo.
Se halla situado unos 8 km al sur de Caravaca de la Cruz, rodeado por el norte y noroeste por el río Quípar, cuyo valle determina auténticas defensas naturales que impiden el acceso por este lado, mientras que por el oeste, es la carretera comarcal Cehegín-La Paca la que marca el límite de expansión del complejo arqueológico. Una serie de barrancos tributarios del Quípar definen sus contornos por el suroeste y el este.
El asentamiento más antiguo se sitúa en Cueva Negra (Paleolítico Medio):Situado en el complejo arqueológico de La Encarnación. Este yacimiento tiene aproximadamente 800.000 años de antigüedad. En él se han obtenido piezas dentarias y fragmentos de huesos del hombre fósil europeo del tipo preneandertal así como restos óseos de animales de aquel periodo. Los restos paleolíticos de este yacimiento conforman un singular conjunto “achelense-levaloisomusteroide” que es el más antiguo de semejante clasificación en Europa.
Desde el siglo XVI son frecuentes en la historiografía las referencias a los restos monumentales existentes sobre el Cerro de La Ermita, en gran parte bajo la moderna iglesia, que parcialmente reutilizó los muros de un templo romano. No obstante, y desde el punto de vista arqueológico, en el Complejo de La Encarnación se pueden diferenciar cuatro sectores que, en gran medida, corresponden a otras tantas fases históricas. El Cerro de La Placica, una plataforma amesetada de forma arriñonada, situada a la entrada del estrecho y contorneada por el curso fluvial, sirvió de base al poblado de la Edad del Bronce, circundado por una doble muralla cuyos lienzos se disponen a distinta cota. Entre los hallazgos más significativos, y al margen de las cerámicas del Bronce Tardío y Final, hay que mencionar una diadema de oro de época argárica conservada en el Museo Arqueológico Nacional.
Sobre el cerro de los Villares, emplazado en la margen derecha del río Quípar se ubica un extenso poblado de época ibérica, ceñido por una muralla de tres metros de anchura dotada detorres rectangulares distribuidas a intervalos regulares, al menos en los sectores sur y este. Gran cantidad de cerámicas islámicas atestiguan una reocupación posterior de este estratégico enclave.
En la margen izquierda del río se sitúa el cerro de los Villaricos, donde se ha querido ubicar la población de Asso mencionada por Ptolomeo y recordada en una inscripción descubierta en el cercano paraje conocido como Las Cuevas de los Negros. En superficie se identifican distintas habitaciones, en parte recortadas en la roca de base, y se ha recogido abundante material cerámico de época ibérica y romana. No obstante, los testimonios más imponentes corresponden a una muralla de doble paramento y relleno de ripios menores y tierra, que cierra el hábitat por los sectores septentrional y occidental.
Por último, aislado de los restantes cerros, se halla el cerro donde se erige la ermita de Nuestra Señora de la Encarnación. Las excavaciones realizadas por el grupo de investigación iARQ de la Universidad de Murcia entre 1990 y 1996 han puesto al descubierto los restos de dos edificios de culto de época romana. El más pequeño, denominado como templo A, responde en planta a la forma de un templete próstilo, y quizás terástilo, seguramente jónico, con amplia pronaos y cella de sillares que se apoyan directamente sobre los recortes de la roca de base. El templo B se levanta sobre el santuario ibérico precedente y se desarrolla a partir de varias remodelaciones arquitectónicas que se extienden entre época tardorrepublicana e imperial, adoptando patrones característicos de la arquitectura itálica, en las fases iniciales, y helenísticas en la etapa final.